En los burdeles del desahogo bailarines con pantalones glastnov ensayan reconciliación y malevaje, pero las nubes bajas no se enteran. No amanecerá un instante de algarabía. Ritmos van y vienen, entregándose a un público de llamas. Ah de los rojos y negros, del licor dulcísimo y la arenga papal. Al palo borracho, ceiba speciosa, le queden los escrúpulos, el fulgor de una balanza donde pesar ética o invoución o eurovisión. Aún así, por qué desprenderse de los satélites sin haber aprendido a incendiar circuitos cortos. Ni de largo la presentación en sociedad de una turba de cortinas entintadas en sangre.
Cabeza vendada, voy siguiendo un rastro de hombres amamantando leopardos por el carril derecho, pero la canica, el ojo engarzado en la frente, un centellear. El sombrero se vuela la nuca y nadie sueña con lavar los pies al público, besar sus llagas.
Cabeza vendada, voy siguiendo un rastro de hombres amamantando leopardos por el carril derecho, pero la canica, el ojo engarzado en la frente, un centellear. El sombrero se vuela la nuca y nadie sueña con lavar los pies al público, besar sus llagas.
*
Voy por el monte con los pies por delante y no me obligan a
apretar el paso. Es de hormigas el discurrir, un cardo en el acabóse de las
playeras, y si bien se mira no hay sitio
ni para el espacio. Sin el tiempo o contra
él, un reloj se para a contemplar el horizonte. ¡Trabaja sol! Trabaja sombra,
quítales respiro. Trabaja sombra, desnúdales colores, despojando no se llenan
los bajeles del tesoro. Cuando vengan a
buscarnos hallarán huellas de meticulosidad, carcomas ciegas en los desvanes
del arroyo, cartapacios de pinos atados con cordeles de música.
Aquí entonaríamos una victoria hueca, soplando hasta el
asfalto mientras los diales de treinta lavadoras automáticas hacen un buche de
colibrí. Si tuvieran lo que hay que tener pero no llegan. Y qué más da el sino,
el paripé.
*
Cuando anochece, las tejas se quitan el aliento del musgo,
se remueven los goznes del monte bajo, una cabra levita en la acepción más
burda. No hay perdón para el manso ni orquesta en la crinolina. Señoritos del
desdén se hacen cruces y pérgolas pero en las cunas madres venidas de quién
sabe dónde han puesto maracas con semillas de gomero. En los arzobispados del
tejemaneje se pegan sobres hasta la aurora dorada, sin cuidarse del festín de
los murciélagos siguen regando los
festones del folclor.
Ay de la sentencia atrabiliaria, ay de la obrera en el panal! Cayeron en la última red de estadistas junto con las bolsas de mendrugos. Cayeron y caerán las ansias por recorrer los surcos de las meninges sin dejarle ni una miga al hipocampo. Y por tal sinrazón llegan a recobrar la memoria los más niños, con gran alegría prófugos.
© Amparo Arróspide.
Amparo Arróspide publicará en breve En el oído del viento (Baile del Sol) y Jacuzzi (Amargord).
Practica el collage, el cruce de géneros y la mixtura de estilos, y acude a talleres de poesía en Madrid.
Cree que la cultura puede ser una forma de religión, pero no que la incultura sea una forma de democracia.
Cree que la cultura puede ser una forma de religión, pero no que la incultura sea una forma de democracia.
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